domingo, 18 de julio de 2010

Como las Margaritas

Si las paredes hablaran. No tiene ojos en la espalda, saludo viene y risita hipócrita va, como una estampa del símbolo de la carita feliz en el rostro fariseo del que le entierra el cuchillo una vez el otro se voltea. La sonrisa fingida, lo más tenaz es que a veces la fingen muy bien y uno se come el cuento, tanta práctica los hizo maestros. La hipocresía no solo es una mentira, lo que pasa es que la otra persona esta cagada del susto porque no quiere reconocer lo que es, puede ser una arpía, una perra fina, tantas cosas, el caso es que el hipócrita tiene temor y esconde los motivos reales. No hable por hablar y tampoco asienta miles de si con la cabeza a todo comentario que lanzan por caerle bien a todo el mundo, no diga que sabe mucho menos no se haga el sabiondo, ahorrese la pena de quedar ridiculizado en público. Es que si cree que sabe mucho, no tiene la menor idea porque el que se enorgullece se si mismo es un idiota y le falta más de la mitad. A lo bien, hay cosas que uno no sabe y por eso no se sienta bruto. Además que pereza saber tanto, el tráfico de información hace que haya trancón cerebral. Todo este discurso pachuco no viene al caso. Retomo: si las paredes hablaran, si tuvieran ojos y oidos, si los animales protestaran ante tanto atropello cuántos no estarían en el juzgado rindiendo cuentas. La injusticia de la que se queja todo el mundo, incluyendo a los más parchados arizcos a los problemas colectivos que ven un noticiero al mes y dicen "que cagada", pero en casa suceden cosas desmesuradas y los cuchos preocupados creen que la calle y la noche son el peor espacio tiempo para la diversión. Que atrocidad, es aterrador, no tiene nombre. Prefiero vivir debajo del puente que en mi propia casa, eso fue lo que me dijo el otro día. No tenía ni idea de lo que esa frase significaba pero la sentía de corazón, extraño considerarlo así sin probar antes. Cuando me dijo eso, no entendí el trasfondo, tampoco pude hacer nada, era muy pequeña, también me sentía pequeña. No pude ayudarle ni salvarle de su pena, pasaron días, me asomaba pero nada del otro lado, pense que tal vez no quería salir a la ventana porque le daba pena que yo viera sus moretones, por Dios ya se los había visto antes y no entendía. Entonces no la volví a ver, solo recordaba sus labios reventados y aquello que había dicho de vivir debajo de un puente. Llegaron otros días de ausencia absoluta. Eso paso hace varios años, ahora le visito sin verle la cara, pero creyendo que algo de ella aún permanece, al menos su nombre esta intacto. Hoy es sábado, le prometi volver todos los sábados para dejarle margaritas en su tumba. Jamás olvidare a Margarita Flores, la niña de enfrente. Y cuando dije que era aterrador y no tenía nombre estaba equivocada, se llama maldad.